Global y roto

MIGRACIONES

En todos los tiempos, en todos los continentes,

aún en los más mínimos rincones de los mapas.

En todas direcciones, 

a través de mares y desiertos,

en todo aquello que se mueve,

en todos los idiomas, a todas las edades.

 

Solo de ida y también de ida y vuelta, 

una vez y muchas veces, 

con equipaje o simplemente desnudos, 

solos o en grupos numerosos, 

silentes o en un flujo cósmico,

con la alegría del inicio del futuro 

o con el fardo de la palabra siempre.

 

En todo tiempo, en todo continente

y sin embargo, en una dirección inamovible,

la que va de la miseria actual a la promesa diferida,

la que va del hambre a la opulencia, 

de la explosión de la natalidad 

a la píldora anticonceptiva,

la que va de lo que somos 

a lo que quisiéramos ser,

de la presión de grupo 

a la publicidad de las multinacionales,

la que va de las redes sociales 

a las mafias traficantes,

la que va del brazo del outsider 

al dinero del insider,

la que va de la periferia al centro,

de la división internacional del trabajo a los aranceles,

la que va del homicidio a la libertad,

la que va del odio conocido al sueño de la paz.

 

En cualquier tiempo o continente

un mundo en su pendiente

que rompe la alambrada de los mitos,

una vorágine que favoreció el mapamundi,

la máquina de vapor, el ferrocarril,

la televisión, los aviones, el teléfono.

 

La humanidad como un líquido que fluye

hacia su mayor entropía, el movimiento

que permite el pie, el ojo, la inteligencia

y la voluntad, la humanidad como una playa

que acomoda sus arenas, cada grano,

según los caprichos de la teoría del caos.

Como una homeostasis que repara 

la inflamación planetaria del mercado. 

La gran hemorragia.

 

Por eso hoy tengo ya el recuerdo 

del primero de los viajes, el que inaugura,

el semicírculo que traza el primero de los sapiens,

africano, negro, padre de todos, por el mundo,

extendiendo su genética mitocondrial

a colores de piel cada vez más claros.

De los grandes lagos africanos

a los desiertos, las estepas, la montaña,

allí donde hubiera tierra sobre la que poner el pie 

en cien mil años de paseo.

 

Y luego toda la historia, 

un puro movimiento,

un mar de dolor y desarraigo,

con algo de luz y pan caliente, pero al fin

dominación de muchos por los pocos,

colonización para el señor, el imperio,

el capital o la empresa. Millones de seres

en camino para mantener la rueda.

 

Los hijos de los hijos asentados en cosechas

inventaron las espigas y el rebaño, 

pero no pudieron dejar de moverse. 

Incluso para fundar cosas tan quietas 

como Mesopotamia, Egipto, Persia, Macedonia

Cuéntale a tus hijos 

como los romanos inventaron la Dacia.

 

Y ya no se pudo parar y los del norte

bajaron por las calzadas romanas a cuchillo

y luego, los jardines y huertos, la filosofía 

y la ciencia llegaron desde el sur 

hasta Gormaz y su castillo y los campesinos

se mudaron a la protección del feudo

y las ciudades estado se poblaron de todos

y el vórtice de las grandes rutas de oriente 

movió otra vez la periferia al centro.

 

Y se inventó la carabela y luego el galeón

y todos fueron a buscar esos metales 

y a buscarse a sí mismos 

lejos de la corona y de la ley.

Porque solo con emigración son posibles

determinadas utopías, que necesitan 

empezar de nuevo también con las personas,

como Robert Owen en Indiana, 

como las ortogonales ordenanzas de Felipe II.

 

Y cuando pasa la fiebre se instaura la locura,

y un canal de sangre conecta el golfo de Guinea

con los algodones de Luisiana, 

la humanidad devenida en mercancía,

la compraventa de la carne y de la vida,

para colorear las Antillas y Salvador de Bahía.

 

Salir para ser, ir para encontrar, 

pero también salir para morir en el intento,

llegar para dar la sangre por el lujo de otros.

Tanto dolor, tanta piel negra  

en el mar de los Sargazos.

 

Y los paraísos de aluvión del exterminio indígena, 

ganadores sincréticos del blanco

en el maratón del capital. Los USA,

Australia, Emiratos, República Sud-africana,

Nueva Zelanda, el Canadá, La Argentina, 

un futuro en nuevo cuño 

donde todo suma si se aviene al orden.

Y los paraísos off-shore, grandes diminutos,

Manaos, Hong-Kong, colmenas hacinadas.

 

Así fue como Irlanda 

tiñó en verde la américa del norte, 

y goteó su rabia fracasada 

la república española, 

como los depauperados europeos, 

barruntando quizás las negras guerras

poblaron el cono sur de acentos nuevos, 

y más tarde chinatown ubicua y little Italy 

habitaban pupilas cuando el Apolo XI.

 

Y casi antes de ayer el salacot y el Landrover

paseando su altivez por selvas y sabanas,

también al sur del Ganges. 

Un viaje de ida y vuelta. Bajar al sur 

en busca de la tierra fértil y el brazo gratis,

como funcionario del Imperio o militar,

abrir mercados y subir al norte 

para estudiar, o servir mesas,

o deambulando todo Mozambique

en una mínima Lisboa, o toda la tristeza

de Manchester y Leeds en un sitar barato.

 

El multitudinario viaje del arado a la fresadora,

del sol implacable al tubo de neón,

de la plaza del pueblo al centro comercial.

Un viaje corto pero infinito, 

con lobotomía del amor a la tierra,

con erradicación de olores, paisajes y tempos

que nunca vuelven, que solo fueron.

 

Porque dónde nacer no se decide,

porque donde nacer es ya tu herencia,

porque tu herencia marca tu futuro,

porque la desigualdad es reina vengativa,

porque existen las fronteras.

Porque llueve hoy la fuga de cerebros

y llueven espaldas mojadas y balseros.

y los nepalíes sudan en los desiertos petroleros,

y magrebíes y senegaleses se ahogan 

en aguas bien estrechas y el embudo del desierto 

cercena el sueño en español del dólar verde

y Nicaragua limpia las casas de los ticos.

 

Hoy medio planeta está en el otro medio

y florecen los coyotes, las pateras,

los talleres clandestinos, las maquilas,

cuando no simplemente la trata.

Una humanidad doliente, inmenso sacrificio,

que quizás rendirá, al menos, un mundo más mestizo,

sin linajes, donde todos sean criollos extranjeros,

cristianos viejos de todas religiones,

oriundos del planeta, autóctonos de Gaia.

Global y roto

Amargord, 2014 (1ª Ed), 2018 (2ª Ed)

64 páginas (1ª Ed) y 83 páginas (2ª Ed), 21 x 14 cm

Prólogo: Antonio Orihuela (1ª Ed) y Ana Pérez Cañamares y Antonio Orihuela (2ª Ed)

ISBN: 978-84-16149-12-4